Ser padre te toma por sorpresa. Crees que tienes 9 meses de preparación, lees libros sobre paternidad efectiva, ves tutoriales en YouTube y escuchas todos los consejos de abuelas, tías y amigos, incluso de los que aún no han tenido hijos. Pero no, ser padre llega como una avalancha de emociones, como cuando te atrapa una ola de mar, vuelve de cabeza tu mundo y tienes que re ubicarte.
Descubres el amor infinito, tu poder interior sin límites y la motivación más allá de cualquier egoísmo; pero también nace la incertidumbre y la duda constante ¿lo estaré haciendo bien? ¿es suficiente? ¿soy suficiente?
Sumado a esto, nuestros hijos están creciendo en un mundo extremadamente competitivo. Desde el vientre reciben cursos de estimulación temprana, antes de entrar al pre–escolar ya han asistido a adaptación musical, adaptación acuática y adaptación lectora.
En sus primeros años de vida académica es muy probable que los colegios nos digan que necesitan terapias de refuerzo del lenguaje o de atención, y antes de que dominen el español correctamente, debemos buscar las mejores alternativas para que a futuro dominen al menos dos idiomas más. Y así, en medio de este torbellino de requisitos, exigencias y preocupaciones, estamos parados los asustados padres.
Atrás quedaron los días en los que mamá podía quedarse en casa para acompañar a los niños, o al menos así lo es para muchos de nuestros hogares, o los días en los que solo con tener un parque donde poder correr con los amigos del barrio era suficiente. Indiscutiblemente el mundo es otro, nuestros niños tienen acceso a un mundo totalmente tecnológico y sus cerebros, sus exigencias y sus aprendizajes son otros, y claro, nosotros como padres tenemos nuevas y recargadas preocupaciones.
Pero esta entrada no es para atemorizar a nadie frente al reto que implica la paternidad hoy en día, o al menos la paternidad consciente. Esta entrada, por el contrario, es para hacer un llamado a la pausa y la conexión en medio de nuestro exigente mundo. Es un llamado a re enfocar y a encontrar espacios, lugares y herramientas que nos permitan volver a sentarnos en el suelo y mirar realmente a los ojos de nuestros pequeños, a oír sus preguntas trascendentales con verdadera atención y a que atrapemos cada momento que tenemos para estar con ellos.
Es un llamado a bajarle a la preocupación por si serán excelentes en el estudio, por si aprenderán el idioma del comercio mundial o por si el ensayo que deben entregar tiene errores de ortografía; y reemplazarlo por la preocupación por si hemos hecho algo divertido con ellos en el día ¿Leímos un cuento juntos? ¿Cocinamos algo nuevo hoy? ¿Acampamos en la sala? ¿Qué tal si ponemos en práctica este experimento que encontré en Internet?
Porque el día de mañana, que seguramente llegará más rápido de lo que queremos, la respuesta a si ha sido suficiente estará en la relación que construimos con ellos, en las memorias profundas que les regalamos y en los puentes emocionales que debemos construir para la eternidad, y la satisfacción para nosotros quedará en sus sonrisas y en el abrazo espontáneo que nos dan cuando se sienten profundamente felices y valorados y te dicen así desde lo profundo de su ser ¡te amo papá! ¡te amo mamá!
La paternidad es la puerta de entrada a las mejores experiencias. Aun cuando tiene momentos no tan sencillos, son muchisimos más los gratificantes. Esa es mi experiencia. :)